Me ha importado bastante poco que la película se salte o traicione detalles históricos, si es que lo hace, es más me ha interesado bastante leer los comentarios. “Mientras dure la guerra” me ha dejado touchée. Y no solo por el picado cenital sobre la calva de Don Miguel en la escena del Paraninfo, ese plano que deja a Unamuno aun más solo de lo que ya está, y que se merece por si solo la estatuilla; ni por sus muchos méritos cinematográficos que sabrán reconocerle, tal vez mas los de fuera, como suele ocurrir, o el tiempo.

No es por eso, ni por lo bonita que está Salamanca, ni por lo bien que están los actores, es por el perdón que no se pide;  por el paso de viejo apresurado y la llamada incansable de bastón a las puertas de su amigo Atilano Coco sabiendo que esas puertas ya no se abren. Y por la cabeza agachada y la espalda vuelta cuando se llevan a su alumno Salvador Vila. “Baje usted a la tierra de una vez, Don Miguel”, antes en el café.  Y porque me conmueve ver tan de cerca, y parte de una historia que es mi historia y nuestra historia, el derecho a dudar y a cambiar de opinión de un pensamiento honesto.

Y cuánto debe doler no etiquetarse, hacer guerra a la guerra, luchar por convencer, hacer de las palabras los hechos. Y comprender, cuando ya es tarde, que no era eso, que ya no habrá mas golpes de bastón, ni más polémicas. Solo la soledad de tu propio pensamiento. 

Y no es que no vea otra guerra, la veo en la película de Amenábar y la recuerdo algunas veces, sobretodo en este patio de casa vieja donde escribo ahora, en la que un día de 1936 golpearon la puerta nudillos de brutalidad a la caída de la noche. Sobre esos mismos guijarros de piedra manchega. Pero es que las guerras contra uno mismo también cuentan. Dice Amenábar que con esta última película quiere hacernos pensar. Yo más que pensar, lloré. Prefiero pensar que tenía el día tonto.