El ardor del tiempo

Desde mi primera lectura de Ada a esta segunda han pasado muchos años, como en alguno de los paréntesis amorosos entre los primos-hermanos, primos, hermanos, Ada y Van Veen.

La edición de Ada o el Ardor de Anagrama que acabo de leer tiene alrededor de 600 páginas. La edición rosa de Argos Vergara de 1976 la he perdido, puede que incluso dentro de mi propia casa. O la presté (quién quiera que la tenga espero que la disfrute). Creo que la Ada-niña abrazada al cactus hace mas justicia a la novela que la desnudez alegre, lujosa, y provocadora de la Ada madura y semi-oculta en pieles. Pero como portada es preciosa en mi recuerdo.

“La vida de cada individuo supone, desde la cuna a la tumba, la elaboración y consolidación progresivas de esa espina dorsal de la consciencia que es el Tiempo de los fuertes.”

Navokob tenía 70 años cuando escribió esta novela sobre el amor y el tiempo.

Es necesaria doble paciencia al leerla: para resistir los ardores; para entrar en cada mínimo detalle de las tres primeras partes: luciérnagas, fritilarias, orugas, botellas de Möet y lupanares. Pero sutilmente la novela se vuelve trepidante, y absolutamente todo confluye hacia el final, del que devoras las últimas sesenta o setenta páginas de una sentada, hasta deshacerte completamente en esos personajes. Llorarles, añorarles. Y para eso hay que amarlos antes, acomodarse a su trilingüismo anglo-ruso-francés, a la estructura provocadora y chispeante del texto: una combinación genial y desconcertante de narradores que hay que ser Nabokov para atreverse. 

Yo como Van amo a Ada perdidamente desde el primer momento en que aparece. Ella es parte de lo que soy, o de lo que quise ser, o de lo que quise amar. Como amo el amor infatigable obsceno y caballeroso de Van y el amor desesperado de Lucette. Amo ese amor-destino fraguado en la niñez y eterno. El amor sacrificio de Van, el amor insolente, esquivo y profundo de Ada. No concibo mi sustrato amoroso sin esta novela de amor sublime y perseverante. Amo el tiempo (la durée) de Ada, donde el recuerdo y la realidad, tozudamente desgastada por los “ultrajes y estragos de la edad, tan deplorados por los poetas”, se baten en duelo con un salto de cama de flores pálidas y un mulso y una zapatilla plateadas de tacón alto que Van entrevé desde la ventana del hotel Tres-Cisnes de Mont-Roux.

¡Oh Dios, adoro esa escena! Y volvería a leer seiscientas páginas para llegar a ella; a la encrucijada amorosa que pone a prueba el amor de Van hacia Ada: artista de lo esquivo, Obmanshitsa (engañadora), salvaje heredera de una raza privilegiada y ardiente en extinción, eterna, bella e inteligente Ada.

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